martes, 28 de agosto de 2012

El día que el invierno llamó a mi puerta

Esta carta la trajo alguien, alguien especial, alguien a quien siempre querré a pesar de todo lo que ha pasado. Un día el invierno se presentó en mi puerta. Un día sonó el timbre y era la soledad quien llamaba. Me atrapó, como si de una red se tratase, y en mucho tiempo no pude liberarme de ella. Esa noche, después de esa visita inesperada, esa visita que de un soplo derrumbo un castillo de ilusiones formado por naipes. Esa noche terminó todo. Los sueños se volvieron oscuros y el color verde esperanza terminó por convertirse en un gris mortecino. Qué nos pasaría, porqué tuvo que ocurrir esto. Porqué la vida nos pone tantas trabas, tantas pruebas. Ese día conocí a la desconfianza, al desasosiego. Levanté mi propio muro de Berlín. Infranqueable. Nunca más volvería a ser débil. Esa noche, esa maldita noche murió la niña que yo llevaba dentro. La sonrisa se cubrió con unos labios finamente cortados, y los ojos perdieron su brillo para sumirse en la oscuridad. Ese día conocí a la tristeza, al llanto y al sollozo. Tenía tantas emociones dentro que ni siquiera era consciente de mi propia existencia. Esa noche me obligaron a madurar, a ver la realidad como era. Se acabó la fantasía de un golpe; pero así debía ser. No se puede vivir en un mundo onírico toda la vida.

Años después todo esta superado, pero hay espinas que no salen tan fácilmente. Hay que arrancarlas, dejar que sangren y que supuren, que se infecten y que escuezan a rabiar. Hay que dejar que poco a poco cicatricen. Y con el tiempo, una fina masa de piel terminará por cubrirlas. Eso sí, hay recuerdos que no mueren nunca. Un beso, unas lágrimas, un libro, dos cartas, una amistad destrozada.

"Creeré en ti aunque dejes de creer en ti mismo"


"Son las 6:30 AM... he intentado llamarte y decirte esto, ahora que estoy borracho, ahora que sé que no miento. Aunque no lo parezca me acuerdo mucho del día que nos conocimos, quizás, todo ha cambiado mucho desde entonces y ya no somos los mismos; pero incluso ese día me prestaste atención sin pedir nada a cambio. Y así, el día que más me ahogué de soledad e hipocresía, ese 28 de diciembre, mientras caminaba borracho por la calle tratando de volver a casa, no sé porqué ni qué me paso por la cabeza a esas horas, pero te llame a ti... a ti y a nadie más. Y ahí estabas para ayudarme, y así empezó un nuevo capítulo en mi vida.

Quizás, eres la persona en quien más he confiado, pero eso no me convierte en un buen amigo. He desaparecido en algunos momentos en los que más me has necesitado. Quizás porque tengo miedo, miedo a sentir algo, miedo a ser vulnerable. Y tal como esperaba de ti, has aprendido a valerte por ti misma. Quizás por eso ahora estamos tan distantes, porque ya no te hace falta alguien que te ofrezca la mano y te levante. Y eres tan buena persona, que a pesar de que los demás hayan estado ciegos y no lo hayan sabido ver desde el principio, has acabado brillando ante todos y no te has dejado cambiar por sus farsas. Ahora te veo más deslumbrante que nunca, todos quieren tenerte cerda de algún modo, porque ahora ya saben lo maravillosa que eres, porque ya no necesitas a nada ni a nadie.

Tu viste en mí lo que nadie más ha visto. Nunca me has fallado y siempre que te he llamado has estado ahí  dispuesta a escucharme, sin importar la hora, el momento o el lugar, siempre has estado a mi lado, siempre. Y yo en cambio, siento que no he hecho nada por ti que merezca ser nombrado. Ahora que ya no estás me siento incompleto, vacío e idiota. Hace ya algún tiempo que me distancie de ti solo porque te acercaste a mí, te acercaste a mí de tal forma que... no sé como explicártelo, pero si ese día acabase el mundo habría gastado el tiempo que me quedaba para estar contigo. Tuve miedo y dejé que te culpases por algo que no habías hecho mal. Para poder esconderme detrás de este disfraz de apariencias. Invulnerable. Y me diste esas cartas, me diste esas cartas y... me duele el corazón como una punzada cada vez que pienso en aquello. Y las saco de debajo de mi almohada y cada vez que me reflejo en las palabras que escribiste, no tengo el valor de decir, mientras una lágrima baja por mi mejilla y mancha esta hoja, entonces pienso: "te mereces un amigo mejor". Esa frase resuena en mi cabeza una y otra vez. He escrito esta carta más de cien veces desde entonces, e intentaré que esta sea la definitiva aunque eso signifique también, que sea la última. Así que si estás leyendo esto es que he tenido el valor, por primera vez, para afrontar esta frase que aún resuena en mi cabeza y desaparecer de tu vida.

Me gustaría poder decir que nunca he dejado de estar a tu lado, aunque no siempre me hayas visto, pero sé que mentiría. Porque tengo miedo, miedo de necesitar a alguien, miedo a que me abracen cuando estoy mal y sienta ese cálido manto de amistad que me proteja de todo. Tengo miedo a sentirlo. Por que sé que tarde o temprano lo volvería a necesitar, y tengo miedo de no encontrarlo entonces. Así es como me siento ahora. Asustado. Porque te necesito. Pero no es justo para ti que después de apartarte ahora te necesite. Es por eso que siempre acabo desapareciendo cuando alguien se acerca a mi, y siempre que he desaparecido lo he hecho a fin de que al mirar atrás no quedase nadie. Y no estaban, pero tú sí. Y ahora de veras que me doy cuenta de que eras tú quien me iluminaba realmente. Pero como ya he dicho, no es justo para ti que ahora me necesites. Ni me merezco que estés ahí. Es por eso que voy a quitarme la posibilidad de hacerte daño, empezando por quitar la posibilidad de que me eches de menos.

Tú has visto en mí lo que nadie más ve, aunque quizás esa parte de mí ya no exista del todo. La carta que me diste hace unos meses no habla de mí, habla de ti. Habla de una persona verdaderamente especial, la persona en la que te has convertido. Gracias, gracias por darme esperanza, por no dejarme solo, por todo, por todo lo que has hecho por mí. Y, aunque no lo haya dicho nunca, porque no se debe de decir y se debe demostrar, pero yo no fui capaz de hacerlo y no quiero que pase el tiempo sin que estés segura del todo de ello, de que te quiero."

"Escrito con conciencia borracha de vino, y un corazón, confuso por mil latidos".

"Nunca seré lo que esperas de mi".


No hay comentarios:

Publicar un comentario