
El deseo de ser voluntaria no es algo que se decida de un
día para otro, ya que nadie se despierta sin ánimo de lucro de una mañana a
la siguiente. Para mí ser voluntaria es algo mucho más grande, mucho más bello
y casi un estilo de vida que
podría seguir incansablemente. Puede que esto que acabo de decir parezca egoísta,
porque se puede pensar que al realizar un voluntariado lo que simplemente estoy
buscando es mi propia felicidad, pero no es así. Cuando colaboras de esta
manera lo primero que deseas es que aquellos a los que les estás ofreciendo un
apoyo no te olviden y que aprendan todo lo que tú les quieres enseñar. Para
estar en actividades así tienes que amar el mundo y a quienes te rodean,
integrarte en la cultura y en las costumbres de algo totalmente desconocido e
intentar que comprendan que lo que tú traes y lo que ellos te ofrecen no es ni
mejor ni peor, sino, igual de diferente y maravilloso.


En mi caso, siempre había querido dedicarme a los demás y
puede que en este viaje a Nepal haya encontrado quién soy en realidad. Cuando
estaba en el avión de ida a Kathmandú me di cuenta de que había sido voluntaria
desde mucho antes que comenzar este viaje porque es un trabajo que comienza cuando
ayudas a tus amigos de guardería a aprender a contar, cuando ayudas a
estudiar a tus compañeros de instituto y cuando nunca desprecias a alguien que
sufre alguna dificultad. Puede que siempre haya sido voluntaria, tal vez, porque
me he dado cuenta de que lo que de verdad me hace feliz es la propia felicidad
de quienes me rodean, tanto amigos como enemigos.

Aunque el vuelo fue algo caótico, porque iba sola y porque
conocí a mucha gente, lo disfruté tanto que cada hora se me hacia eterna porque
solo tenía ganas de comenzar con los proyectos. Una vez allí me encontré con el
caos de Nepal: gente que se abalanzaba pidiéndote unas rupias, y hombres
gritando y abalanzándose sobre ti para llevarte la maleta y sacarse unas
perrillas. El siguiente impacto nos lo llevamos cuando vimos el tráfico de esta caótica capital, sin “stops” o señales, solo coches repletos de personas y motos en
las que cabía una familia entera. En este momento yo tenía los ojos como platos
y cada vez tenía más ganas de integrarme en esa cultura que comenzaba a apasionarme
sin apenas conocerla. Lo que vino después fue la llegada a una casa, una
especie de comuna de mujeres voluntarias mayores que yo, donde
nos pusieron una “tika” a modo de protección y nos enseñaron un poco la el lugar donde ibamos a alojarnos durante las próximas tres semanas: el barrio de Chuchchepati o Panimtanki (tanque de agua).
Todas teníamos tantas ganas de comenzar que lo primero que hicimos fue visitar
la Plaza Durbar de Tamel, barrio turístico donde iríamos de fiesta, a los escéntricos bares
de música en directo más adelante. Poco a poco me iba enamorando de la ciudad,
de su gente y de sus costumbres, y cuando me enseñaron los proyectos que podía
elaborar, la sonrisa de mi cara se agrandó todavía más y ahí sí que me quedé
más emocionada que nunca.

A pesar de que yo viajaba con la intención de trabajar como profesora de primaria con
niños y niñas, una vez allí me ofrecieron la oportunidad de realizar más
proyectos, de ayudar aún más, y no podía negarme. Las dos primeras semanas
estuve trabajando en Elderly´s Home, una residencia muy antigua, llena de gente
muy mayor. Mi edad me la jugaba bastante en este momento porque nadie confiaba
en que una enana de 18 años fuese capaz de cortarles las uñas, lavarles, cuidarles,
limpiar y hacerles compañía, pero lo hice y me siento orgullosa de ello. Sin embargo, por las tardes tenía reservada una clase con “mis niñas”, unas jovencitas muy
divertidas que tenían dificultades con los estudios. Creo que este es el
proyecto que más disfruté. Mi compañera Claire y yo preparábamos las clases con
inquietud y entusiasmo, las ideas
no
paraban de volar desde nuestra cabeza y solo queríamos que aprendieran, y no
dejasen de estudiar nunca; queríamos que se valoraran por encima de todo, que
supiesen que tenían derechos además de obligaciones y que podían valer millones
si ellas se lo proponían. Cuanto cariño las he cogido… puede que ahora entienda
la admiración y el orgullo que sienten los padres y las madres con sus
pequeños. Después de hacer un poco de profesora elegí pasarme por el orfanato y
pedí permiso para que me dejasen tenerlo como tercer proyecto, porque me quedé completamente enamorada de esos pequeñajos
saltarines. Sin embargo, la última semana tuve que dejar el trabajo en
Elderly´s para dar clase a los niños y niñas de primaria e infantil, porque en
la residencia éramos demasiados y no se necesitaba tanta colaboración como al
principio. De todas formas me alegraba mucho saber que la gente también quería trabajar junto a
los más mayores.

Solamente me queda dar las gracias a toda la gente que me ha
seguido de cerca, que se han preocupado por saber que hacía esta “enana” en la
otra punta del mundo. Además, agradezco todo lo que he aprendido; ahora valoro
mi vida, todo lo que tengo y el amor que me han dado durante escasos dieciocho años .
Ahora, sé lo que es el cariño y me he dado cuenta de que es lo más necesario, y
a su vez, lo que más escasea. He aprendido a divertirme de verdad, a amar a los
que me rodean por encima de todo y a intentar sacar sonrisas allá por donde
pisaba. Me he dado cuenta de que lo importante es la felicidad, que no se
necesitan ni ropa cara ni coches caros para tenerla, solo se necesita que te
escuchen y saber escuchar, valorarse y saber valorar, aprender y disfrutar enseñando, querer y dejarse amar. Eso es todo lo que me han enseñado Kathmandú y
toda su gente, a la que me alegro de haber conocido y a quienes no olvidaré en
la vida.

No sé describir con palabras lo que he vivido estas tres
semanas, pero sé que es algo maravilloso y que no olvidaré jamás. Me voy
un poco triste porque no sé si lo que he hecho ha servido de algo, pero feliz
de saber que al menos lo he intentado, que he luchado por lo que he creído justo
y porqué estoy segura de que volveré a saludar a todos aquellos y aquellas que
he tenido el gusto de conocer.. Ahora me siento ligada a Kathmandú, esa capital que ha conseguido conquistarme con su bondad, humildad, la risa de su gente o el amor y ganas con
los que eres recibido. Dicho esto, solo cabe decir que es el sitio más especial que he conocido nunca.
Hasta siempre, Nepal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario