jueves, 6 de septiembre de 2012

Nunca estuve sola

Este año mi papel de pompas ha explotado y por fin he visto el mundo. Ahora puedo decir que conozco la realidad. Puede que lo que me haya encontrado no sea nada recomendable para menores de 18 años, que deba estar lejos del alcance de los niños; por supuesto está prohibido que lo tomen mujeres embarazadas o ancianos con cualquier tipo de cardiopatía. La verdad es dura. La verdad es ignorada. La verdad es un cuadro en blanco y negro que nadie quiere pintar por miedo a que los brillantes colores que lo componen salgan a la luz. La verdad, en definitiva y en todo su esplendor, duele.

Ya no quiero callarme. Ya no quiero ser sorda. Ya no quiero ser muda. Ya no quiero ocultar mi dolor. En realidad,  me revienta que llegáis tarde a una cita. Me molesta que me dejen en ridículo delante de los demás. Me repatea no poder llevar objetos pesados porque “soy mujer”. Me exasperan las mentiras. Me hierve la sangre cuando siento el egoísmo. Sin embargo, también hay cosas que me encantan. Me gusta el olor a primavera. La sonrisa de una niña cuando la regalas su primer globo. Los niños corriendo en un campo de fútbol con los pies negros. Me enamoré de la compasión. Aprendí a compartir. Encontré en la comprensión el apoyo que yo era incapaz de dar. Abrí mi corazón. Cerré las puertas del odio. Soy nueva, y estoy tranquila. Soy feliz y estoy en paz.

Todos experimentamos un cambio, una pequeña metamorfosis que sin prisa comienza a definir quienes terminaremos siendo. Ahora me doy cuenta de que mis experiencias no han sido, ni la mitad de duras, que las de las personas que he tenido la oportunidad de conocer. Le he dado demasiada importancia a problemas que no tenían sentido. He criticado el egocentrismo cuando yo era la primera egocéntrica. Acusaba a las personas de apartarse de mi lado, cuando en realidad era yo quien las apartaba. Por fin he reconocido y enmendado, aunque aún quede mucho por hacer, todos los errores que he cometido.

Usamos los ojos para abrirlos cuando algo nos interesa, y los cerramos cuando sentimos miedo, cuando queremos ignorar algo que sabemos que nos hará daño. A veces pestañeamos sin darnos cuenta porque es lo que creemos que necesitamos hacer. Deja los ojos abiertos. No pestañees en un tiempo. Deja que te escuezan, que te caigan lágrimas de dolor, que  te tiemblen los párpados. Sufre el sufrimiento que has provocado. Prueba de tus propias mentiras. Ataca al espejo que te atacó en su día. Mira lo que hay más allá de tus pasos, de tus logros. Escucha las voces que silenciaste. Grita con la desesperación de un mudo.

Empatiza con el mundo. Estás aquí por algo. Hazlo lo mejor que puedas, pero hazlo.

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