jueves, 22 de noviembre de 2018

Todo cambia

Cuando acabas la universidad no tienes ni idea de lo que vas a hacer ni hacia dónde vas a ir, pero yo tenía muy claro desde pequeña, que lo que me gustaba era enseñar. No sabía que quería ser profesora, pero cuando me preguntaban siempre contestaba: "yo quiero ayudar a los demás", "quiero que no se sientan solos", "quiero que no pasen lo que yo he pasado y evitar que no sepan gestionar el sufrimiento o el dolor cuando estos aparecen"... Eso decía yo, y por lo que parece, he acabado siendo profesora.

Llevaba ya un año en la tienda. Pensaba que nunca iba a salir de allí y que mi vida iba a consistir en subir y bajar bicis, cobrar y ordenar chalecos y culottes. A pesar de tener unos compañeros maravillosos, estaba harta. Necesitaba un cambio. Y así fue. De un día para otro, me llamaron y mi vida cambió de forma radical. Un sitio nuevo, algo lejos de casa (más de lo que me gustaría), gente y compañeros que no conocía, y que todavía, después de dos meses, me siguen sorprendiendo. Cuando entré en clase por primera vez, estaba muy asustada. Pensaba: "¿cómo van a hacerme caso a mí?, ¡solo soy una chica de veinticuatro años!". Sin embargo, poco a poco voy aprendiendo que lo que importa no es la edad que tengas, sino que hayas sacado lo mejor de las experiencias vividas y que sepas aplicarlas en tu día a día. Eso es lo que me hace seguir adelante. Eso, y mis maravillosos alumnos. 

Reconozco que, al principio, me dieron mucho miedo. Eran demasiados, gritones, movidos, respondones, y me ignoraban por completo. Pensaba todos los días en volver a la tienda, en huir, en no enfrentarme a esta nueva situación que, aunque yo no lo supiera, me gustaba. Solo pensaba en las listas, las normas, los papeles, los compañeros con ideas diferentes a las mías, la gasolina... Eran mil cosas nuevas flotando en mi cabeza que necesitaba ordenar pasito a pasito. Y entonces, les fui conociendo, uno a uno. Todos son especiales, y todos valen muchísimo. Es verdad, que a veces, me dicen cosas que no me gustan, me contestan mal, me gritan porque están nerviosos y me ofenden, pero sé que están en plena adolescencia y que es lo que muchas veces nos toca aguantar a los adultos. No dejo de pensar: "tú has pasado esto, y tienes la oportunidad de entenderlos mejor que nadie". Lo que pasa, es que hay días que se hacen más duros que otros. Por ejemplo, cuando veo que alguno de ellos lo pasa mal, es vapuleado por el resto de sus compañeros, ignorado o despreciado, hay una rabia inmensa que me recorre el cuerpo y trato de controlar para ser lo más justa posible a la hora de "regañarles". No me gusta que discriminen al diferente, ni que sean esclavos de contextos poco agradecidos. Todos los niños, a pesar de encontrarse en el inicio o en la plenitud de la adolescencia, tienen una pequeña puerta llena de luz y de bondad, que tenemos el deber moral de encontrar y trabajar para conseguir que sean grandes personas. 

Imagino que lo que siento con ellos es una sensación similar a la de ser padre o madre. Me veo en el deber de cuidarles, protegerles y enseñarles, y de estar pendiente de que no sufran: y, que si lo hacen, aprendan a mirar al miedo a la cara y a decirle: "oye, que estoy aquí y no me tiemblan las piernas cuando llamas a la puerta". Quiero que sean felices, que aprendan día a día, y que se quieran, en defectos y valores, porque eso es lo que les hace grandes y reales. Son pequeñas figuritas con las que hay que ir trabajando día a día, hasta que llegará un momento, en el que empiecen a brillar, y es en ese punto cuando te darás cuenta de que todos tus esfuerzos, aunque poco agradecidos, han valido la pena.

Acabo de empezar. Espero que me queden muchos años de trayectoria y mucho que aprender de la propia enseñanza, ya que es una labor maravillosa y para la que hay que tener mucha vocación para poder disfrutarla. Jamás me rendiré con ellos. Y, aunque me vaya y cambie de colegio, siempre estaré presente para ser su guía, amiga, hermana mayor o referente que necesiten cuando se sientan solo. Ellos, lo merecen todo y más. 

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