Siempre
es el mismo sonido de fondo. Esa señora se piensa que nadie conoce sus
problemas, pero en consecuencia de los gritos que da, nos hemos enterado todos.
Es lo típico: mujer de cuarenta y pico años a la que ya no soporta ni su madre,
y asiste a una persona especializada para que le aconseje sobre cómo educar a
su hija adolescente y a su marido neurótico. La única paranoica es ella, que se
piensa que toda su familia la odia, cuando en realidad están hartos de su
egoísmo. Es tan egocéntrica que ni se da cuenta de que los que estamos en la
sala de espera nos enteramos de sus secretos más oscuros, de todo lo que guarda
en esos cajones que solo se abren entre las cuatro paredes blancas. Siempre he
odiado este sitio, aunque agradezco su función.
Ya
salen. Odio ser puntual y tener que entrar a la sala inquisidora treinta
minutos después porque la maldita señora considera que su tiempo es más
importante que el nuestro. Los problemas se arreglan hablando y no bebiendo,
cosa que no ha conseguido entender en los tres años de conversaciones. No tiene
arreglo y necesita una camisa de fuerza. Me toca, por fin. Es el último día y
me darán el veredicto final. Sonrío por dentro aunque siento nostalgia.
-
Hola Ana, pasa por allí y enseguida te atiendo.
-
Vale, gracias.
Me
siento en los incómodos sillones de cuero y espero a que la torturadora llegue.
Siempre con esa mirada que consigue arrancarme los candados de cuajo.
-
¿Qué tal te ha ido esta semana?
-
Bien, gracias.
-
¿Qué has hecho?
-
Lo de siempre. Salir, escribir, leer y estudiar. Nada nuevo. Mi vida es
bastante aburrida.
Esbozo
una sonrisa. Me encanta ocultarle cosas y hacer que su título carezca de
sentido alguno.
-
Bueno Ana, como ya sabes esta será nuestra última conversación, aunque siempre
que quieras puedes volver.
-
Lo sé, y te agradezco todo lo que has hecho por mí. Sé que no es fácil tratar
con alguien como yo.
-
No digas tonterías, eres de los mejores "casos" que se me han
planteado.
-
No creo, no creo...
Me
incomodo y me acurruco en el asiento. Aprieto las manos con fuerza y miro a la
ventana tratando de distraerla. Como siempre, esto carece de funcionamiento.
-
Has cambiado mucho, ¿verdad?
-
Tienes razón. Es como si acabase de despertar.
-
Estoy asombrada. Has conseguido levantarte tú sola, y me siento muy orgullosa
de ti. Ahora quiero que me digas qué diferencia existe entre tu primera
conversación y esta última que estamos teniendo ahora mismo. ¿En qué has
cambiado?
-
Lo primero que he notado es que ya no necesito cortar papeles para
hablar.
Sonríe
con ternura y me hace un gesto para que continúe hablando.
-
También he notado que consigo enfrentarme mejor a las cosas, con mayor
optimismo y libertad. He conseguido que las personas dejen de absorberme y
torturarme. Ahora me siento capaz de todo. A veces creo que soy inmortal. Me
parece que he superado muchas cosas, y todo gracias a ese día en que traje aquí
mi caja de recuerdos para que la vieras y luego los quemé todos en mi casa. ¿Te
acuerdas? Ahí es cuando empecé a conocer lo que era controlar mi propia vida.
Creo que estaba dejando que todo lo espantoso que había pasado abrumara mi
existencia, y al final me dí cuenta de que no lo podía permitir. De ello me
siento orgullosa. Sin embargo, no has conseguido que deje de ser un pedazo de
hielo. Quizás ese camino debo empezarlo sin ayuda de tus conversaciones o de
esta habitación sin salida. Eso es todo, aunque seguramente me deje cosas por
el camino. Ya sabes que soy muy despistada.
-
Entonces... ¿venir aquí al final no ha sido una tontería, verdad?
-
Puede que sí y puede que no. Ahora me toca descubrir si en lugar de ser tan
inestable como lo era antes, me vuelvo un poco más firme. Sigo siendo muy
miedosa y cerrada a los demás, la desconfianza es algo que me mata por dentro,
pero es un camino que quiero recorrer sola. Necesito viajar y mucho tiempo. Por
suerte este verano lo tengo y no pisaré Madrid, estaré muy lejos, donde nadie
me moleste y pueda pensar con total tranquilidad. Me va a venir bien. Estoy
alegre de pensar que no viajo para huir, como otras veces, si no que solo
quiero pensar y estabilizarme para empezar una nueva vida lejos de todo lo
anterior. Creo que puedo enfrentarme a nuevos retos y a la universidad. Antes
me mataba por dentro, todos los días me martirizaba, pero ahora estoy llena de
vitalidad y de vitaminas. Eso es lo único que quiero, vivir y controlar mi
presente y futuro. Me encuentro imparable y muerta de miedo. Espero poder
afrontarlo, aunque siempre me da seguridad pensar que puedo llamarte.
Estoy
un poco abrumada por tanta confesión, así que cambio de tema preguntándole por
su embarazo. Como siempre, se da cuenta de que estoy cansada de hablar y me
deja un poco de espacio. Las dos miramos por la ventana y luego nos sonreímos.
Que incómodo es esto, menos mal que estos silloncitos baratos son
acogedores.
-
Me alegra haberte podido ayudar, Ana. Desgraciadamente ha llegado la hora, el
fin de nuestra última conversación. Esto es simplemente un "hasta la
vista", porque sabes que si vuelves te recibiré con los brazos abiertos.
Aún tienes mucho que madurar, y que crecer, tienes que abrirte y descubrir
todas esas cosas que te has perdido cuando una venda te cubría los ojos. ¿Me
prometes que lo vas a intentar?
Asiento
con la cabeza. Odio las despedidas. Me incorporó de mi pequeño refugio negro y
de cuero, para encaminarme hacia la puerta. Miro hacia atrás para despedirme
alegre y nostálgica de esas cuatro paredes blancas, casi en forma de
agradecimiento. Abro la puerta, odiando ese puñetero pestillo que no se levanta
nunca y que me hace sentir estúpida, y voy al descansillo. Ella me sigue, con
su gran barriga de once meses. Me da grima pero me parece entrañable.
-
Adiós, muchas gracias.
-
Venga Ana, solo por esta vez despídete con dos besos anda.
Que
incómodo. Contacto físico no, me agobia, no quiero. Mierda, un abrazo y los
besos. Joder como odio estas situaciones. No voy a llorar. Mi subconsciente y
yo nos calmamos. Se acabó.
-
Hasta luego, gracias, muchas gracias.
-
¡Hasta siempre Ana! Cuídate mucho y mándame alguna noticia tuya. Yo te mandaré
fotos de mi hija cuando nazca.
-
¿Cómo se llamará?
-
La llamaré "Ana".
Me
sorprendo y me siento agradecida. En el fondo ya nos conocemos, han sido
demasiadas conversaciones juntas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario