viernes, 29 de junio de 2012

Cuatro paredes blancas


Siempre es el mismo sonido de fondo. Esa señora se piensa que nadie conoce sus problemas, pero en consecuencia de los gritos que da, nos hemos enterado todos. Es lo típico: mujer de cuarenta y pico años a la que ya no soporta ni su madre, y asiste a una persona especializada para que le aconseje sobre cómo educar a su hija adolescente y a su marido neurótico. La única paranoica es ella, que se piensa que toda su familia la odia, cuando en realidad están hartos de su egoísmo. Es tan egocéntrica que ni se da cuenta de que los que estamos en la sala de espera nos enteramos de sus secretos más oscuros, de todo lo que guarda en esos cajones que solo se abren entre las cuatro paredes blancas. Siempre he odiado este sitio, aunque agradezco su función. 

Ya salen. Odio ser puntual y tener que entrar a la sala inquisidora treinta minutos después porque la maldita señora considera que su tiempo es más importante que el nuestro. Los problemas se arreglan hablando y no bebiendo, cosa que no ha conseguido entender en los tres años de conversaciones. No tiene arreglo y necesita una camisa de fuerza. Me toca, por fin. Es el último día y me darán el veredicto final. Sonrío por dentro aunque siento nostalgia.

- Hola Ana, pasa por allí y enseguida te atiendo.

- Vale, gracias.

Me siento en los incómodos sillones de cuero y espero a que la torturadora llegue. Siempre con esa mirada que consigue arrancarme los candados de cuajo. 

- ¿Qué tal te ha ido esta semana?

- Bien, gracias.

- ¿Qué has hecho?

- Lo de siempre. Salir, escribir, leer y estudiar. Nada nuevo. Mi vida es bastante aburrida.

Esbozo una sonrisa. Me encanta ocultarle cosas y hacer que su título carezca de sentido alguno.

- Bueno Ana, como ya sabes esta será nuestra última conversación, aunque siempre que quieras puedes volver. 

- Lo sé, y te agradezco todo lo que has hecho por mí. Sé que no es fácil tratar con alguien como yo.

- No digas tonterías, eres de los mejores "casos" que se me han planteado.

- No creo, no creo...

Me incomodo y me acurruco en el asiento. Aprieto las manos con fuerza y miro a la ventana tratando de distraerla. Como siempre, esto carece de funcionamiento.

- Has cambiado mucho, ¿verdad?

- Tienes razón. Es como si acabase de despertar.

- Estoy asombrada. Has conseguido levantarte tú sola, y me siento muy orgullosa de ti. Ahora quiero que me  digas qué diferencia existe entre tu primera conversación y esta última que estamos teniendo ahora mismo. ¿En qué has cambiado?

- Lo primero que he notado es que ya no necesito cortar papeles para hablar. 

Sonríe con ternura y me hace un gesto para que continúe hablando. 

- También he notado que consigo enfrentarme mejor a las cosas, con mayor optimismo y libertad. He conseguido que las personas dejen de absorberme y torturarme. Ahora me siento capaz de todo. A veces creo que soy inmortal. Me parece que he superado muchas cosas, y todo gracias a ese día en que traje aquí mi caja de recuerdos para que la vieras y luego los quemé todos en mi casa. ¿Te acuerdas? Ahí es cuando empecé a conocer lo que era controlar mi propia vida. Creo que estaba dejando que todo lo espantoso que había pasado abrumara mi existencia, y al final me dí cuenta de que no lo podía permitir. De ello me siento orgullosa. Sin embargo, no has conseguido que deje de ser un pedazo de hielo. Quizás ese camino debo empezarlo sin ayuda de tus conversaciones o de esta habitación sin salida. Eso es todo, aunque seguramente me deje cosas por el camino. Ya sabes que soy muy despistada.

- Entonces... ¿venir aquí al final no ha sido una tontería, verdad? 

- Puede que sí y puede que no. Ahora me toca descubrir si en lugar de ser tan inestable como lo era antes, me vuelvo un poco más firme. Sigo siendo muy miedosa y cerrada a los demás, la desconfianza es algo que me mata por dentro, pero es un camino que quiero recorrer sola. Necesito viajar y mucho tiempo. Por suerte este verano lo tengo y no pisaré Madrid, estaré muy lejos, donde nadie me moleste y pueda pensar con total tranquilidad. Me va a venir bien. Estoy alegre de pensar que no viajo para huir, como otras veces, si no que solo quiero pensar y estabilizarme para empezar una nueva vida lejos de todo lo anterior. Creo que puedo enfrentarme a nuevos retos y a la universidad. Antes me mataba por dentro, todos los días me martirizaba, pero ahora estoy llena de vitalidad y de vitaminas. Eso es lo único que quiero, vivir y controlar mi presente y futuro. Me encuentro imparable y muerta de miedo. Espero poder afrontarlo, aunque siempre me da seguridad pensar que puedo llamarte.

Estoy un poco abrumada por tanta confesión, así que cambio de tema preguntándole por su embarazo. Como siempre, se da cuenta de que estoy cansada de hablar y me deja un poco de espacio. Las dos miramos por la ventana y luego nos sonreímos. Que incómodo es esto, menos mal que estos silloncitos baratos son acogedores. 

- Me alegra haberte podido ayudar, Ana. Desgraciadamente ha llegado la hora, el fin de nuestra última conversación. Esto es simplemente un "hasta la vista", porque sabes que si vuelves te recibiré con los brazos abiertos. Aún tienes mucho que madurar, y que crecer, tienes que abrirte y descubrir todas esas cosas que te has perdido cuando una venda te cubría los ojos. ¿Me prometes que lo vas a intentar? 
Asiento con la cabeza. Odio las despedidas. Me incorporó de mi pequeño refugio negro y de cuero, para encaminarme hacia la puerta. Miro hacia atrás para despedirme alegre y nostálgica de esas cuatro paredes blancas, casi en forma de agradecimiento. Abro la puerta, odiando ese puñetero pestillo que no se levanta nunca y que me hace sentir estúpida, y voy al descansillo. Ella me sigue, con su gran barriga de once meses. Me da grima pero me parece entrañable.

- Adiós, muchas gracias.

- Venga Ana, solo por esta vez despídete con dos besos anda.

Que incómodo. Contacto físico no, me agobia, no quiero. Mierda, un abrazo y los besos. Joder como odio estas situaciones. No voy a llorar. Mi subconsciente y yo nos calmamos. Se acabó.

- Hasta luego, gracias, muchas gracias.

- ¡Hasta siempre Ana! Cuídate mucho y mándame alguna noticia tuya. Yo te mandaré fotos de mi hija cuando nazca.

- ¿Cómo se llamará?

- La llamaré "Ana".

Me sorprendo y me siento agradecida. En el fondo ya nos conocemos, han sido demasiadas conversaciones juntas.














No hay comentarios:

Publicar un comentario