No sabía que la llamarían, pero tuvo suerte. Su familia la apoyó en todo momento y la acompañó hacía lo que sería su destino por un día, el Oceanográfico de Valencia. A pesar de que ella no es amante de los zoológicos, o en este caso, de los oceanográficos, decidió que no podía perder la oportunidad de estar en contacto con aquellos seres que aunque no hablan su mismo idioma, son igual de humanos.
Lo primero que hizo fue entrar y conocer al personal. Para ella todo el mundo es simpático. Le dieron el uniforme, que aún guarda con ilusión en su armario, y comenzó a elaborar el trabajo. Primero limpió algunos peces, que terminarían siendo el alimento de unas morsas, y después los colocaría en un peso para ver cuanta cantidad le tocaba a cada una. Esta parte fue la más difícil, porque aunque no es escrupulosa, a ningún vegetariano le agrada limpiar esos seres que jamás se comerían. Sin embargo, es el ciclo de la vida. Más tarde fue a visitar a los simpáticos pingüinos y a la beluga. Esta última es la estrella del Oceanográfico. Les dio de comer, estuvo con los veterinarios y conoció a los participantes en espectáculos acuáticos. Esto le parece una explotación, pero los delfines no mostraban queja alguna cuando después de trabajar les llegaba la hora de la comida. Son seres cariñosos y traviesos. También estuvo en el área de protección de tortugas, donde las estuvo cuidando un rato. Comió con la encargada del lugar y hablaron un poco sobre la política y la vida en general. Terminó su trabajo con dos leones marinos muy simpáticos. Siempre dice que fue increíble y que le encantaría trabajar allí durante un tiempo. Los animales son los únicos que realmente escuchan.



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