miércoles, 19 de marzo de 2014

Barreras

Hoy he llegado a un punto en el que ya no puedo más. No puedo. No sé si la sensación es física o psicológica, pero el caso es que no puedo ni con mi alma. Las cosas se han puesto difíciles otra vez y a veces siento que estoy sola contra el mundo. Muchas veces es verdad que no quiero aceptar favores o la ayuda de nadie, porque desde pequeña he estado escuchando “esto lo tienes gracias a mí”;  “eres quien eres por la ayuda que te he dado”; “si no salieras conmigo estarías sola”. Y así siempre, desde que era muy pequeña. Claro, ahora con casi 20 años esas palabras siguen retumbando en mi cabeza como si fueran balas, y cargo con ellas en la espalda como si fueran piedras. Intento hacerme fuerte cada día, decir que he superado el pasado, que estoy bien y que quiero salir adelante. Pero no es verdad. Estoy mintiéndole al mundo, a mis amigos, a mi pareja y a mi familia. No dejo de mentir. Siento, en ocasiones, un dolor que me oprime el estómago y el cerebro, no pienso con claridad, me bloqueo y lloro constantemente. Cualquier cosa que pasa es motivo de preocupación, y las sonrisas desaparecen de mi cara cada vez más veces al día. Siento frustración, cansancio e inutilidad. Pienso, ¿por qué no hago nada bien?, ¿por qué cada cosa que empiezo tengo que dejarla? Pero no consigo hallar respuesta. Lo que hago es encerrarme en mí misma, en mi caparazón: donde nadie me pregunta y donde yo pongo las reglas.
Y la verdad es que quiero luchar, que quiero salir adelante y que quiero avanzar. Pero parece que cada vez que levanto un poco los ojos, me doy con otra pared. Y de nuevo a escalar, a sudar y a esforzarme para volver a caer. Siempre dicen que “son los buenos los que ganan”, “que cuando se cierra una puerta se abre una ventana” y que “todo ocurre por una buena razón”. Pero yo no me creo nada de esto. Me esfuerzo cada día intentando no desesperar a nadie, no decepcionar a los que me quieren. Abro los ojitos cada mañana pensando: “hoy va a ser un gran día”, pero luego todo se vuelve del revés. Hago lo que puedo por ser la mejor alumna, la mejor novia, la mejor hija y la mejor nieta, pero nada es suficiente. Es como gritarle a una pared: que no sirve de nada.
Lo que en realidad ocurre es que me siento una inútil. Nada sale como espero, y no sé si es porque no entiendo las cosas, porque me he confundido de lugar o porque simplemente no puedo aspirar a más. Y no sé qué hacer. Y pienso, pienso cómo mejorar, pero nada se me ocurre. Entonces, busco apoyo en los demás; miro a través de sus ojos para ver qué piensan ellos, que ven en mí, pero no encuentro nada. Solo pido una recompensa real. Que me den un abrazo y un beso cuando llego a casa, un te quiero cuando sea necesario y una palmada en la espalda cuando me lo merezca. Necesito saber que de verdad valgo algo, que soy alguien y que estoy aquí porque tengo una función. Ando todo el día buscando en los recuerdos, para saber qué hice mal y en qué puedo mejorar. Hago horarios, planes y me pongo objetivos, pero todo parece demasiado para alguien como yo. Parece que no valgo nada, que doy vueltas en círculo, que soy una pescadilla mordiéndose la cola. Siento que estoy fuera de este mundo, que soy un alma que anda por aquí suelta porque tiene que ocupar algo de espacio, pero que en realidad no vale nada. Me canso continuamente, me dan ganas de gritar, de llorar de rabia. Me dan ganas de comerme el mundo, pero después me doy cuenta de que eso no es para mí.

Solo pido un guía, alguien que me abra los ojos y me enseñe todo lo que me estoy perdiendo.

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