tiempo de espera en los aeropuertos de Frankfurt, Singapur y Sydney, estuviese un poco trastocada, pero aún asi, cuando llegamos al pequeño de Cairns, nos dimos cuenta de que todo había cambiado. Este disimulado lugar situado en el este del contienente y casi rozando la Barrera de Coral, presentaba en su centro una pequeña laguna en la que nos pasábamos las tardes haciendo barbacoas vegetarianas y hablando en inglés, francés, italiano, alemán y español. Sí, éramos muchos y de diferentes lugares. A pesar de que mi obligación era la de asistir a cuatro horas de inglés, decidí que no podía estar perdiendo el tiempo de esa manera y mucho menos estando a millones de kilómetros de mi hogar. Por lo tanto, dejaba a mi amiga Clarisse en la parada del autobús para que fuese a la escuela, y yo comenzaba mi propia aventura acompañada de una mochila y un sandwich de ensalada que todos los días nos preparaba nuestra host-mother. A medida que caminaba por las calles de Cairns tuve la oportunidad de conocer a sus gentes, poniendo gran interés en la historia de los aborígenes. Bien, como todos sabemos Australia es una colonia inglesa cuya mayor parte de la población estuvo formada por los aborígenes, que ni siquiera eran considerados personas, sino animales. Estos pueblos habían habitado de forma austera y durante millones de años en el Outback, un paraje seco y mágico que esconde numerosas leyendas sobre estos poblados. Creo que son las personas más inteligentes que he conocido nunca; saben leer el cielo y las estrellas, conocen todas las especies que les rodean, las formas naturales de cura y numerosos ritos místicos que ayudan a su protección. Sin embargo, esta fuente de cultura nunca ha sido apreciada por los colonizadores, así que se fueron commiendo con sus construcciones los lugares donde estos seres vivían, hasta dejarles sin nada. Los aborígenes se vieron en la obligación de vivir en la calle y afrontar las disputas con los mendigos ya existentes, ya que nadie quiere darles trabajo. Yo tuve la oportunidad de vivir con dos pequeños, de seis y ocho años, cuyos padres habían muerto hace unos años a manos de los colonizadores, y ahora se veían adoptados por una anciana australiana. El comportamiento de estos niños siempre me enternecía, ya que no necesitaban de una consola para divertirse, sino que salían al jardín y jugaban a cazar bichos y serpientes, siempre que no estuviese su gran perro para hacerles pasar las tardes.
Sin duda, los paisajes de Australia son algo que te deja boquiabierta. Lo digo porque me ví asombrada por la frondosidad de la selva de Kuranda, y por las inmersiones que tuve la oportunidad de realizar en la Gran Barrera de Coral. Comenzando con Kuranda debo decir que en mi vida había visto tantas especies tropicales juntas, allí había de todo y casi te daba miedo pisar algún palito del suelo por temor a que fuese una serpiente camuflada. Fue alucinante. Pero, para mí, la Barrera de Coral es lo máximo. Llevo buceando desde los catorce años y creo que las inmersiones en estos mares han sido las mejores de todas. Supongo que todos habremos visto la Sirenita, pues bien, el paisaje marino es igual. Comienzas colocándote el jacket, los plomos, el traje, las aletas y los reguladores, hasta que después de un largo rato de espera te permiten tirarte a las aguas. Lo primero que ves son las burbujas que produce tu propia respiración, pero cuando estas se retiran, lo único que se aparece ante tus ojos es un telón de millones de colores formados por el coral y la fauna que allí se encuentra. Por suerte no estuvimos cerca de los tiburones, pero realizamos la inmersión acompañados de estrellas marinas y mantas-raya de seis metros, que movían la arena acompañando a nuestras aletas. Además, tuvimos la oportunidad de ver a las pequeñas tortugas que habitan en los fondos marinos, cuando viajamos en dos fines de semana consecutivos, a las islas de Fitzroy y Green Island. Ambas se encuentran a unos pocos kilómetros de Cairns, así que realizamos un corto viaje en barco. Muchas se marearon a causa del calor y el movimiento de nuestro transporte, hasta que se inició una gran tormenta tropical que duró durante tres días, y nos tuvo regocijados en tiendas de campaña y en la azotea de un hotel de lujo allí situado. Aún así, el agua y el fondo marino seguían siendo impresionantes, con la sensación de encontrarte en un mundo de fantasía.
Los días en Oceanía se hacen cortos, así que tuvimos que regresar a Sydney para poner fin a nuestro viaje. Allí paseamos por el casco antiguo, escuchamos un conciero en la Ópera de Sydney, nos detuvimos a observar la ciudad desde el Sydney Harbour y disfrutamos de la gastronomía del lugar, entre la que se incluyen las pizzas de canguro y cocodrilo (no las probé porque soy vegetariana desde hace mucho tiempo), en un conocido restaurante al que llamaban The Black Cat. Sydney es una ciudad preciosa y mucho más fría que el pueblecito de Cairns, en el que habíamos estado alojados durante un mes.
Sin duda, Australia es un lugar de nuevas culturas, retos y anécdotas, que quedarán grabadas en el corazón y en la memoria.
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