Me llamo… eso no importa ahora, y realmente
no sé por qué estoy escribiendo esto. En realidad no sé porque hago nada, ni
porque hago todo. Me da lo mismo. Hoy ha sido un día horrible, pero en realidad
todo empezó ayer por la tarde, por una absurda discusión. Hace dos meses que
salgo con un hombre, soltero y regalado, un antiguo amigo de la infancia. Él
dice que siempre le he gustado, por mi personalidad y mi físico, pero yo no me
lo creo, me parece que es porque soy una mujer muy maleable y buena el motivo
por el que los hombres, los que han tenido el valor de acercarse, han venido a
mí. Después de conocerme todos salen corriendo. Casi les salen humo de las
plantas de los zapatos. Nadie quiere estar con una mujer tan complicada. En
realidad parezco normal, y todo, pero no es así. A simple vista soy medio
rubita, de metro sesenta, algunos piercings de cuando era joven por las orejas,
y que no me quito porque me recuerdan aquella época en la que no hablaba sola;
con ojos marrones y algo flacucha (pero afectada por los cambios hormonales de mi
cuerpo), según mi madre y sus amigas,
aunque yo creo que soy un reflejo distorsionado de todo esto que acabo de
decir. El caso, que siempre me despisto y me voy por otras ramas, es, que este hombre
me gusta bastante. Yo al principio no quería estar con él, porque creía que no
me gustaba tanto, y no quería jugar con él. Pero ahora las cosas han cambiado.
Las inseguridades vienen a mí como el olor del café amargo que me tomo todas
las mañanas. No tomo café, pero suena literario, y profundo. Me gusta el té,
con galletas, de esas que engordan y hacen que los hombres luego no quieran
acercarse a mí. Inseguridades, algo que no se arregla, que no tiene una, que
están ahí y no puedes desprenderte de ellas, que te corroen por dentro, se
alimentan de tu energía, y después te dejan hecha un guiñapo, abrazada a tu
almohada y llorando como si fuese a acabarse el mundo. Soy tremendamente
insegura. Me veo gorda, muy gorda, y me peso todos los días, como 3 veces.
Intento escaquear todas las comidas que puedo, porque sé que cuando como me doy
el atracón, y mucho más cuando estoy nerviosa o triste, no controlo mis
impulsos y me como todo lo que encuentro. Después trato de arreglarlo con métodos
arcaicos, y volviendo a pesarme, pero nada me hace sentir mejor. Solo me siento
bien cuando él me toca. En realidad no ha visto mi piel, solo la de mi cara; pero
me ha rozado, las piernas, el cuello, las orejas y los brazos. Ha intentado
tocarme la tripa pero siempre llevo muchas camisetas y no lo ha conseguido. Sin
embargo, ahí está esa energía, a la que quiero llegar, que deseo, pero que a su
vez me espanta, porque sé que cuando la adquiera, me voy a convertir en otra
persona y las inseguridades van a poder conmigo. Es extraño: soy mucho más
fuerte estando sola que acompañada. Ahora pienso en él todos los días, en si me
será infiel (porque si yo fuese un hombre me lo sería), en si piensa en mí
todas las noches como hago yo con él, si tiene ganas reprimidas de verme pero
no me dice nada por no agobiarme, si le importo… todas esas preguntas que con
mi vehemencia podría resolver en un momento, pero que no se anima a salir.
Tengo miedo y soy insegura, tremendamente insegura. Me encantaría tener ese
cuerpo de las modelos, como plumas disueltas, que se mueven con seguridad por
la pasarela, como si se comiesen el mundo. No me gusta verme así. Me encantaría
salir a la calle sin pensar en cómo taparme o dónde ocultarme. Ojalá dejase de
morderme las uñas cuando salgo a bailar o conozco gente. Si todo fuese diferente,
si yo fuese perfecta todo cambiaría. Podría dejar que él me tocara porque
amaría mi cuerpo. Le gustaría rozar mis costillas como si fuesen las cuerdas de
una guitarra, le encantarían mis finos y suaves muslos, mis dedos de pianista
rozando su piel… mis pómulos marcados, y mi cara envuelta en una pasión
cadavérica, que le daría fuerza a mis castaños ojos y a mi largo pelo rubio. Como
una diosa. Así si podría dejar que me tocara, que me viera y que me sintiera,
que me deseara por encima de todo. Podríamos fundirnos en uno, porque mi cuerpo
sería tan ligero, que él podría hacer conmigo lo que quisiera y llevarme a
tocar el cielo. Para conseguir todo esto debo sacrificarme y humillarme
enfrente del espejo, de todos los que me rodean. Para ser perfecta hay que
librar una batalla constante, en la que siempre sabes, que vas a salir
perdiendo. Aun así lo necesito, porque quiero tenerlo tan cerca y tan enamorado
que no sea capaz de ver o pensar en otra cosa que sea mi ser o mi alma. Quiero
llegar a ser su niña perfecta, fuerte y miedosa a la vez, la que nunca ha
ocupado antes su Quiero que me vea bella, no simple o comú, como las demás que
ya lo han tocado, que lo han sentido. Quiero ser diferente, la excepción que no
confirma reglas.. No sabía que esto
pasaría, no, ni siquiera me lo podía imaginar. Tengo miedo de perderle, de que
se vaya. De volver a llorar abrazada a mis rodillas sentada en la bañera
mientras el agua fría penetra en mis huesos y poco a poco me va congelando el
corazón, sellado desde hace mucho por candados desembocados en decepciones
absurdas y días negros, de tormentas grises y lluvias ácidas. Si quiero
conseguirlo debo ser más fuerte que yo misma. Estoy muy cerca de soplar el universo, y si me
rindo volveré a caer a la tierra, donde están los mortales, la simpleza. Ahora
estamos cada uno en una orilla distinta del río, aunque con solo un salto
podríamos estar juntos, pero una absurdez tremenda nos separa y nos atrapa en
la soledad. Sin embargo, en silencio le chillo que espere, que ya llega su niña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario