domingo, 10 de marzo de 2013

Nizoma


Hacía mucho tiempo que no escribía. No quería saber nada de papeles, de bolis, de papelitos con frases absurdas pegados por su habitación. No quería saber nada de sí misma. Sabía que las palabras serían el último de todos los recursos, y en efecto, el más destructivo.  Tenía miedo de querer recurrir a su última vía de escape y volver a caer en lo más hondo. Una vez que te aferras a las palabras, ellas te desgarran sin piedad por dentro y te manipulan hasta que vacían todo lo que hay en tu interior.

Fueron meses de presión, de cambios y de engaños. Siempre pensando que con la nueva filosofía adquirida, los conocimientos y la apertura de sus ojos, el pequeño micro-universo que la rodeaba iba a cambiar, pero no. Todo sigue igual que siempre. Y por eso teme a las palabras.

Por  más que intenta desatarse las cadenas, escaparse de una red tejida por ella misma, no lo consigue. Por más que intenta huir de sí misma, no puede. No quiere negar quien es, de donde viene o aquello que ha vivido. Una vez aprendido el valor de la honestidad, de la certeza de un mismo, no hay vuelta atrás. Ya no hay nada que ocultar porque dejas de mentirte a ti mismo.

Ahora se mira en el espejo y se ve tan transparente como el cristal. Con todas sus heridas, la magulladuras de lo vivido surcando su cuerpo. Desde los pies hasta la cabeza, millones de momentos, algunos mejor recordados que otros. Ahora ve la verdad en sus ojos marrones. Los restos de las últimas lágrimas de felicidad forman surcos color miel en ellos. Mientras, la tristeza, deja verse en lo más hondo de un fondo negro. La luz y la penumbra conviviendo en un solo iris. Es un festival de colores, de movimiento y de esperanza que ahora la deja sin aliento.

Sabe que ha llegado el día de despedirse. Pero no es un adiós para siempre. La muerte es dolorosa, claro que lo es. Y ve cómo los demás se despiden y fingen que la echarán de menos. Pero ella sabe que las palabras no hacen más que iniciar una nueva etapa. Respira la misma frescura que el primer día. La misma vitalidad que una flor en primavera. Si hay que llorar, que sea de alegría. Porque todo es nuevo, porque llegan nuevas experiencias. Porque aquí comienza su vida.

Va a necesitar un tiempo para asumirlo, para hacer las maletas y estar sola. Pensar y meditar todo lo que ha pasado. Asumir los cambios que hay, y los que sabe que están por venir. Como la próxima muerte y la mejor reencarnación.

La última batalla la ganó frente a la soledad y los lazos que ésta se empeñaba en destrozar cada día.  Pero ahora, ha tirado las llaves del baúl de sus recuerdos para que afloren y den vida a otros nuevos, tal vez mejores. La realidad se hace cada día más presente, más altiva. Ningún intento fue en vano. Solo eran las cicatrices que formaban las raíces del cambio.

Ya eran las siete de la mañana y a Nizoma le entraba el sol por el rabillo del ojo. Era la hora de despertarse, de salir ahí fuera. Que lejana parece la ventana desde la cama. Se pregunta qué habrá en la calle y se asoma. Coches, lluvia, gente. Piensa que el mundo no ha cambiado nada. Todo sigue tan aburrido, monótono como siempre. Nizoma deja escapar un suspiro que llena de vaho la ventana de su cuarto. 'Qué aburrido', se dice a sí misma, otro día igual.


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