Hacía
mucho tiempo que no escribía. No quería saber nada de papeles, de bolis, de papelitos
con frases absurdas pegados por su habitación. No quería saber nada de sí misma.
Sabía que las palabras serían el último de todos los recursos, y en efecto, el
más destructivo. Tenía miedo de querer
recurrir a su última vía de escape y volver a caer en lo más hondo. Una vez que
te aferras a las palabras, ellas te desgarran sin piedad por dentro y te manipulan
hasta que vacían todo lo que hay en tu interior.
Fueron
meses de presión, de cambios y de engaños. Siempre pensando que con la nueva
filosofía adquirida, los conocimientos y la apertura de sus ojos, el pequeño
micro-universo que la rodeaba iba a cambiar, pero no. Todo sigue igual que
siempre. Y por eso teme a las palabras.
Por más que intenta desatarse las cadenas, escaparse
de una red tejida por ella misma, no lo consigue. Por más que intenta huir de
sí misma, no puede. No quiere negar quien es, de donde viene o aquello que ha
vivido. Una vez aprendido el valor de la honestidad, de la certeza de un mismo,
no hay vuelta atrás. Ya no hay nada que ocultar porque dejas de mentirte a ti
mismo.
Ahora
se mira en el espejo y se ve tan transparente como el cristal. Con todas sus
heridas, la magulladuras de lo vivido surcando su cuerpo. Desde los pies hasta
la cabeza, millones de momentos, algunos mejor recordados que otros. Ahora ve la
verdad en sus ojos marrones. Los restos de las últimas lágrimas de felicidad
forman surcos color miel en ellos. Mientras, la tristeza, deja
verse en lo más hondo de un fondo negro. La luz y la penumbra conviviendo en un
solo iris. Es un festival de colores, de movimiento y de esperanza que ahora la
deja sin aliento.
Va a
necesitar un tiempo para asumirlo, para hacer las maletas y estar sola. Pensar y
meditar todo lo que ha pasado. Asumir los cambios que hay, y los que sabe que
están por venir. Como la próxima muerte y la mejor reencarnación.
La
última batalla la ganó frente a la soledad y los lazos que ésta se empeñaba en
destrozar cada día. Pero ahora, ha
tirado las llaves del baúl de sus recuerdos para que afloren y den vida a otros nuevos, tal vez mejores. La realidad se hace cada día más presente, más altiva. Ningún intento
fue en vano. Solo eran las cicatrices que formaban las raíces del cambio.
Ya eran las siete de la mañana y a Nizoma le entraba el sol por el rabillo del ojo. Era la hora de despertarse, de salir ahí fuera. Que lejana parece la ventana desde la cama. Se pregunta qué habrá en la calle y se asoma. Coches, lluvia, gente. Piensa que el mundo no ha cambiado nada. Todo sigue tan aburrido, monótono como siempre. Nizoma deja escapar un suspiro que llena de vaho la ventana de su cuarto. 'Qué aburrido', se dice a sí misma, otro día igual.
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